Alfredo Jaar, testigo de su tiempo. Obra temprana (1974-1981)

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Elisa Cárdenas Ortega





"Alfredo Jaar. El lado oscuro de la luna" (2024), Museo Nacional de Bellas Artes, Chile
Imágenes: cortesía Jorge Brantmayer
 


 





La historia es siempre contemporánea

Benedetto Croce



Quienes visiten el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en Santiago de Chile, se encontrarán con una instalación artística en una estructura subterránea, cuya observación requiere de un lapso de tiempo determinado, en un registro narrativo que despliega, como imagen final y rotunda, 500 siluetas de rostros que se pierden en el infinito. La obra titulada La geometría de la consciencia evoca la conocida imagen que portan los familiares de detenidos desaparecidos y su desgarrada pregunta: Dónde están? y fue creada por el artista chileno Alfredo Jaar (1956), como una instalación permanente para el Museo de la Memoria el año 2010, cuando éste fuera inaugurado por la Presidenta Michelle Bachelet. 


Alfredo Jaar es Premio Nacional de Artes 2013 y uno de los chilenos de mayor relevancia mundial en el campo del arte contemporáneo. Residente en Nueva York desde 1982, puede adscribirse a la corriente del arte conceptual, aunque él se autodefine preferentemente como “un arquitecto haciendo arte” en alusión a su profesión original, que consolidó en la Universidad de Chile antes de emigrar. Alfredo Jaar emplea medios como la fotografía, las instalaciones escultóricas y lumínicas, el sonido, los videos y las intervenciones en el espacio público, para exponer su discurso estético frente a situaciones derivadas del uso y el mal uso del poder, y a las crisis sociales que estas acciones suelen provocar. Son conocidos sus trabajos en torno a África, planteando de qué manera un continente rico en recursos, vive en situaciones críticas de pobreza y miseria, debido a macro-estructuras de explotación. Ha mostrado en sus obras a los inmigrantes de Europa y Asia, a los refugiados, los presos, las víctimas del VIH, los indocumentados, los intelectuales marginados, las mujeres artistas, escritoras, pensadoras que han sido subvaloradas, los sin trabajo. 


La geometría de la consciencia fue el corolario de un lento regreso de su obra a la escena nacional, después de décadas - aparentemente - muy alejado, no solo en kilómetros sino también por la ausencia de la imagen y la idea de Chile en su producción. Pero durante todos los años desde su partida a Estados Unidos, Alfredo Jaar ha seguido con mucha atención las noticias y los devenires de Chile. La información es, por cierto, la médula de su producción artística, pues revisa y analiza con distancia crítica la prensa y medios de comunicación, y ocupa al mundo y su diversidad de realidades como soporte fundamental de su trabajo; como es la tela para un pintor o el propio cuerpo para un artista de performance, Alfredo Jaar concibe su obra sobre y a partir del mapa y del contexto mundo. 


Hasta hace no muchos años se desconocía que Jaar se inició como artista con trabajos incipientes, apenas ejercicios de un joven estudiante de arquitectura, que en su gran mayoría referían directamente al Golpe de Estado y los inicios de la dictadura civil militar en Chile. Estas pequeñas obras estuvieron guardadas en calidad de bocetos y proyectos, hasta que curadores internacionales convencieron a Jaar de sacarlas a la luz en el marco de su exposición retrospectiva en Berlín, el año 2012. Desde entonces, estas obras tempranas sobre la crisis en Chile a partir de 1973 han sido rescatadas y exhibidas parcialmente en distintos espacios internacionales, y fueron el elemento central de una exposición entre septiembre de 2023 y marzo de 2024 en el Museo Nacional de Bellas Artes, en Santiago de Chile, como una de las actividades culturales más importantes en el marco de conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en este país. 





"Alfredo Jaar. El lado oscuro de la luna" 2024, MNBA
Imágenes: Jorge Brantmayer
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Esta serie se compone de unas 70 obras que testimonian lo sucedido en Chile, son piezas realizadas en los primeros años - los más complejos de la dictadura - que de distintas formas dan cuenta del clima social del momento. Evidentemente, la denuncia es explícita en este cuerpo de obra, pero es más que nada una exploración de las subjetividades, que en su conjunto diagnostican una suerte de “ánimo de época”, expresado en tristeza, sufrimiento, asfixia, desesperanza. Es también la gestión de su propia memoria reciente, y su única manera de manifestar la experiencia traumática, articulada a modo de un “código secreto” que toma forma como piezas artísticas.  


En su insistente atención a los hechos del mundo, Jaar busca, más que observar, ser un testigo tanto como le sea posible. Lo fue cuando realizó la serie sobre Ruanda, uno de sus proyectos más conocidos, presenciando durante semanas el genocidio sucedido en ese país africano en 1994. 


Cuando fue perpetrado el Golpe Militar, Jaar tenía 17 años. En 1974 entró a estudiar arquitectura y, experimentando aún la perplejidad ante lo sucedido, comenzó a seleccionar y recortar fotografías de la prensa y de revistas. Se puso a trabajar con estas imágenes, concentrándose en un detalle que no constituía la noticia, algo imperceptible o un fragmento que, sin embargo, a él le parecía revelador en algún sentido y necesario de ser mostrado. Esos fueron los primeros y determinantes ejercicios que configuraron a futuro su metodología de trabajo, subvirtiendo el sentido común en la información, desencajando y por sobre todo poniendo en duda a las imágenes y las normas de la representación. 


Antes de pasar a las obras en sí, vale hacer una revisión de la propuesta artística de Jaar a través del tiempo, como una obra que se centra en el problema mismo de las imágenes, una obra que se pregunta por cómo las vemos y las percibimos, y cuál es la distancia entre lo que ocurre en la realidad y lo que nos es presentado como espectadores. Alfredo Jaar se cuestiona sobre la futilidad de las imágenes cuando están descontextualizadas y ante eso decide trabajar con ellas, ayudarlas a comunicar, a veces si es necesario prescindiendo de las mismas. Su relación con la representación es planteada como un asunto de ética y, a través de toda su obra, está expresada su inquietud sobre cómo representar lo irrepresentable. 


En esos años de juventud, entre planos y maquetas, Jaar se fascinó con las plantillas de Letraset y quiso crear algo con ellas. En forma natural vino a su mente la fecha 11 de septiembre, y diseñó en letras blancas sobre fondo negro esa numeración, seguida por la hora exacta en que el primer avión Hawker Hunter de la Fuerza Aérea de Chile atacó el palacio de La Moneda. Ese fue un primer gesto; a continuación Jaar siguió divagando en torno a la trágica fecha y ensayando con calendarios, hasta detenerse en uno de 1973, que al llegar al 11 de Septiembre, no continua informando sobre el paso del tiempo sino que queda encapsulado en la fecha 11, 11, 11, repetida incesantemente. Todos los datos del calendario desaparecieron, solo quedó el signo de la tragedia. En entrevistas recientes, Jaar ha reflexionado que ocurridos los hechos de ese 11 de septiembre, nadie volvería a ser el o la misma; advertimos con el paso del tiempo y la experiencia que el país en su totalidad nunca volvería a ser igual. Junto con ello, esta incipiente obra que se atreve a alterar una convención social tan irrebatible como es el calendario, nos lleva a reflexionar sobre un presente crítico que se instaló como presente extensivo, y que aún no ha decantado. En palabras del filósofo Sergio Rojas: “Eso tremendo que nos golpeó ese 11 de septiembre todavía está sucediendo, no es algo que se vaya alejando con cada día que pasa, como si mañana fuese a estar un día más lejos todavía. Al contrario, intermitentemente lo descubrimos pegado al presente”.





11 de Septiembre, 1973 Alfredo Jaar, cortesía del artista

 

 





Más aún, con todo lo sucedido mundialmente en el siglo XX – plantea Rojas – es decir, las guerras mundiales, los campos de concentración, los gulags, Hiroshima, la Guerra Fría, los golpes de estado, la noción de Historia no salió incólume y quizás esto explica en parte que el mundo parece haberse volcado a una contemporaneidad dominante. 


Cuando el problema de Chile ocupaba las páginas de medios internacionales y el intranquilo análisis de los intelectuales; cuando en el exilio se organizaban campañas de solidaridad, las imágenes del bombardeo a La Moneda estaban en todas partes y se extendía con mayor intensidad el lenguaje de los Derechos Humanos, Alfredo Jaar aún en Chile ideó su obra más conocida de ese periodo, Estudios sobre la felicidad, un proyecto realizado en siete etapas, entre los años 1979 y 1981, cuya parte fundamental es la salida del artista a las calles de Santiago, para encuestar a los transeúntes desprevenidos con la pregunta “¿Es usted feliz?”. Esta suerte de diagnóstico social mostraba ya claramente la postura innovadora que asumía Alfredo Jaar, en diálogo con las ciencias sociales. Con herramientas de la sociología, la estadística y aproximaciones antropológicas que aplicaban códigos afines a la investigación acción, Jaar lograba - en forma muy subrepticia, con una inocente pregunta - escudriñar el estado anímico en las calles de Santiago, haciendo incluso balances y dándole a las personas la oportunidad entonces imposible de “votar” sobre la escala de felicidad de la ciudadanía en plena dictadura. Las conclusiones cuantitativas de este diagnóstico quedaban fichadas en unos tableros, utilizando irónicamente las clásicas bolitas de dulces de menta, como medida de los promedios de felicidad e infelicidad pesquisados. El proyecto completo se compone (además de estas intervenciones en la vía pública) de fotografías, gráficos, videos y diálogos grupales. Entre los elementos rescatados recientemente de Estudios sobre la felicidad están los registros audiovisuales de las entrevistas que Jaar realizó, instalando un set en el Museo de Bellas Artes, en el Instituto Cultural de las Condes y en su propia casa. Los entrevistados, uno por uno, se sentaban en una tarima para responder la pregunta central y explayarse sobre su estado de felicidad o infelicidad; muchos eran amistades suyas y personajes gravitantes de la resistencia cultural de entonces, como el poeta Raúl Zurita, el actor Cristián García Huidobro, la actriz Malucha Pinto o el editor y artista visual Mario Fonseca, entre otros. Tras bajar del estrado, los entrevistados entablaban espontáneas conversaciones, a modo de focus group, donde sin mencionar la dictadura y entre largos minutos de silencio, daban cuenta del miedo y la auto censura imperante. Jaar se detenía a observarlos, reparando en sus signos físicos, sus miradas, sus posturas corporales, señales a través de las cuales estas personas felices o infelices reflejaban en general una opacidad que se había instalado en la vida cotidiana de inicios de los años ’80. Jaar registró en fotografía y video estas expresiones faciales, arrojando un denominador común tendiente a los afectos tristes, a la introspección. A partir de estas investigaciones, creó piezas visuales y audiovisuales que constituyen hoy un documento de memoria, testimoniando el impacto de la dictadura en las subjetividades, en la percepción y la conciencia colectiva. 





"Alfredo Jaar. El lado oscuro de la luna" 2024, MNBA

Imágenes: Jorge Brantmayer

 

 

 



Como un testigo de su presente, y a la vez como un protagonista, Jaar pudo vivenciar, medir y dejar registrado este clima gris, en donde un Presente sobrecargado y agobiante, empujaba los días de la vida a un estado de urgencia sempiterno. Sin saberlo, como lo ha admitido en distintas entrevistas, Jaar estaba haciendo sus primeras obras de arte, adscritas a las corrientes conceptuales del siglo XX, un tipo de arte que reflexiona sobre sí mismo, sus medios y su rendimiento en cuanto a representación y alcance comunicacional. Pero junto con la auto-observación de sus condiciones, implícita en este caso, Jaar exploró aquí en primera persona su presente, adquiriendo consciencia sobre su densidad y su impacto. 

   

Hay una segunda etapa creativa, que aglutina a la mayor cantidad de obras en torno a la situación que atravesaba Chile. Estas fueron realizadas en Nueva York, por un Alfredo Jaar arquitecto dando sus primeros pasos en el arte contemporáneo internacional o de lo que se solía llamar “Primer Mundo”. Instalado en uno de los países más poderosos del planeta, cuyas políticas exteriores tuvieron injerencia directa en el golpe de Estado en Chile, Jaar se informa y toma consciencia de ello. Desarrolla desde ese territorio central estas obras/ensayos que miran hacia Chile, que muestran con claridad su posición anti imperialista y que confirman una dimensión ético-política en su práctica artística. Como parte de aquellos ejercicios habituales, se obsesionó con la figura del Secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, recortando cientos de fotografías que lo mostraban en visitas oficiales, departiendo con otros personeros o saludando a distintos mandatarios alrededor del mundo. En cada imagen, Jaar encerraba el rostro de Kissinger en un círculo rojo y comenzó a diseñar con todo ese material distintos trabajos, de manera que la figura de Kissinger conforma todo un sub-tema en la selección de obras que nos convoca. Con motivo de su exposición en Berlín, Alfredo Jaar estructuró nuevas piezas a partir de su muy particular “Archivo Kissinger” y realizó, como lo hace regularmente, una propuesta muy específica para el lugar que lo había invitado a exponer: por varias semanas, intervino los periódicos alemanes con pequeños segmentos encuadrados, a modo de avisos publicitarios, con el mensaje “Arresten a Kissinger!” Cada día en un idioma diferente, correspondiente al habla de los países en que la acción política de Kissinger había alterado, vulnerado o dañado su estado soberano. 



"Alfredo Jaar. El lado oscuro de la luna" 2024, MNBA
Imágenes: Jorge Brantmayer

 

 

 



Viviendo y trabajando en Nueva York, observando a Chile y constatando desde la distancia las terribles consecuencias del quiebre institucional, Alfredo Jaar produjo espontánea y sostenidamente estas obras, que no estaban destinadas a ser exhibidas y muchas de las cuales quedaron almacenadas en calidad de ensayos hasta ser descubiertas hace poco más de 10 años. En esta etapa, opera con intensidad su memoria reciente, como principal fuente de investigación y creación. Una memoria personal, afectiva, ocasionalmente voluble, referida - no obstante - a un fenómeno y a una grieta que compartimos colectivamente. 


Como bien sabemos, el futuro, tan inasible en un contexto de retroceso civilizatorio, no se alcanzará sin justicia y verdad. Desde las artes visuales, Alfredo Jaar - un declarado admirador de Antonio Gramsci – sostiene con el filósofo italiano que la Cultura es un espacio de resistencia desde donde se pueden pensar cambios, y lo que hacen los artistas es quizás, en el siglo XXI, el último remanente de humanidad.